46 CAPULLOS Pasaron por Riego del Monte, el pueblo de las dos mentiras, porque ni tiene monte ni riego, y allí se les unieron otros dos amigos que también iban á la feria. Todos se las prometían muy felices. — ¿Vas á vender la burra, ó á cambiarla? — le dijo uno de los de Eiego á Angel. — ¿Yo? á lo que primero me salga: lo mismo me da á cuestas que al hombro. — ¿Sabéis lo que os digo? — añadió Melclior dirigiéndose á todos sus compañeros—que no os metáis á tratar con los gitanos, — ¿Por qué? — le replicó su convecino. — Porque yo siempre be visto que todo el que se enreda con ellos sale maldiciendo su fortuna; ó le expulgan, ó le engañan, ó — Porque todos los que se han enredado con ellos habrán sido unos simples; lo demás, los gitanos son hombres como nosotros, y en cuanto á eso de engañar en los cambios donde las dan las toman. Figúrate tú que no vean la nube que la está saliendo á la mi burra en el ojo izquierdo y la tomen por tuerta siendo casi ciega, verás si les engaño yo á ellos también. — No te arrimes á ellos, Angel, que has de salir cardado. — Eso, sí ó no, como Cristo nos enseña. En estas y otras, se hallaban ya al pie de los cubos de la antigua muralla, y un momento después, dentro de la villa de Man silla de