120 NOVKLAS MENORES brado de un infierno que ya en vida tenía dentro de mí, j del otro más cruel que me esperaba. Desde el día siguiente de liaber dado á mi mayordomo Rodrigo, en un arrebato de furor, el criminal encargo que vuesa merced supo é impidió ejecutar, comencé á sentir un insufrible desasosiego y una tristeza que del todo me oscurecía la razón y oprimía el alma. Veía de continuo á mi mujer de rodillas delante de mí pidiéndome perdón de una falta que no era falta; veía con toda claridad, libre ya de la venda que me pusiera el enojo, su inocencia; veía la crueldad con que la rechacé y la mandé dar muerte, y se apoderaba de mí tal y tan desesperado remordimiento, que no se puede expresar con palabras. Halagué alguna vez la esperanza de que, pasando los días, iríanse aquella terrible representación borrando y el escozor de la conciencia amortiguando; pero bien pronto hube de conocer que sucedía, lo contrario precisamente, pues, cuantos más días pasaban, más clara se me presentaba la terrible visión y más daño me hacía el mordedor gusano. Sin poder comer, ni dormir, ni parar un momento en ningún sitio, cuando empezaba á pensar en ahorcarme, porque no podía soportar aquella vida, Rodrigo, á quien ni me había ocurrido preguntar una palabra acerca de la inicua comisión que le diera,