50 MONTE SAN LORENZO. egoista olvidado de alguna manera de sí mismo; aspiraciones desconocidas hacia algo puro é ideal, bueno y perfecto, revolotearán ante los ojos del mundano y degradado entendimiento; mirará alrededor de este bello mundo, observado hasta aquí solamente como una escena para representar en ella , ó como el agente de sus placeres ; y esperimentará un sentimiento sublime de algo mas difundido, cuya morada es la luz del sol poniente , y el grande occéano , y el aire viviente, y el cielo azul, y el entendimiento del hombre! ¡Cuántos que se honran de llamarse poetas, se asustan de lo temporal bajo la influencia de este trasformado afecto! ¡Cuántos que se titulan cristianos! Así sucedía á Horacio. Las gracias cristianas de Rosa, su devoción, su ferviente amor hácia los pnbres, formaban parte del amable objeto en que reposaba el corazón del joven , y aquellas cualidades tocaban un coro acorde, si no en su corazón, en su imaginación á lo menos. Y ella, en quien estaba solamente el eco y reflexión de sí misma, veía una espontánea simpatía con sus sentimientos. ¡Cuántos de esta suerte se engañan á sí mismos! Así era que las espresiones fogosas de placer de Horacio al sentimiento espresado por Rosa , que no eran otra cosa que las espresiones trasformadas de admiración de ella que las vertía , sonaban como una música en su oido ; pero cuando añadía : «¡Oh Rosa, debes enseñarme á ser como tú!» ella, poniendo su dedo en los labios y mirando con gravedad: «Oh, no, Horacio,» respondía, «yo debo aprender de tí, no tú de mí.» El sol habia ahora alcanzado el asiento que ocupaban. La guirnalda estaba concluida ; Rosa recogió las