48 MONTE SAN LORENZO. visto, que la imagino primero para buscarla después alrededor mío. — Te ríes de mi poesia , dijo Rosa , pero no logras convencerme. — No, no por cierto, replicó Horacio. Opino que toda poesía contiene necesariamente algo que se llama exageración, ó de otro modo seria prosa con rima al fin de las lineas. Mi canto puesto en prosa seria sencillo; «creo mucho de vos:» me parece que no exagero; y tu respuesta seria: «os amo demasiado para investiros de mil buenas cualidades que no poseéis.» —Oh, no, ese no es el sentido de mis líneas, replicó Rosa, ablandando su gravedad en una sonrisa; y en cuanto á las tuyas , no es la exageración lo que deploro; es el sentimiento espresado, que es del todo malo , haciendo un ídolo á la criatura; este no es amor cristiano. — Rien, querida Rosa, dijo Horacio, me atrevo á darte la razón; mas no debes olvidar mi pensamiento penitente del final del canto, y bien sabes que «es bueno todo lo que concluye bien.» Habiéndose reducido la conversación á otra cosa mas alegre, Rosa volvió á tomar su ocupación que había' suspendido, mientras que Horacio medio susurraba, medio cantaba una série de fragmentos de recordados aires , que coordinaba sin conocerlo en una especie de fantasía de espontánea composición, Rosa fué la primera que rompió el silencio. — Horacio, dijo levantando la vista de su trabajo, cuando estemos casados harémos mucho bien. — Sí, querida, dijo Horacio mirándola con admiración.