DE NOVELA. 37 Mi pueblo dista cinco leguas de la capital y, unos ratos á pie y otros andando, llegué á casa después de oscurecido, cuando mis padres y mis hermanos iban á cenar y estaban sentándose á la mesa. Mis padres eran unos labradores mucho más ricos en nobleza y en virtudes cristianas que en bienes de fortuna. Lo digo para que comprendan ustedes que no vivirían con lujo. ISTi aun hubieran podido buenamente pagar mi pensión de colegial; y si yo seguía la carrera eclesiástica en el seminario, era porque había obtenido por oposición una beca. — ¿Qué es eso? — dijo mi padre alarmado viéndome entrar. — ¿Cómo por aquí? ¿Qué pasa? Yo no sabía qué decir y apenas acerté á murmurar cuatro palabras incoherentes, por las que el autor de mis días comprendió que había sido expulsado del colegio con algunos otros. — ¿Que os han expulsado? — dijo con acentuada severidad. — ¿Por qué? ¿Qué habéis hecho?.... En fin, siéntate y cena si tienes gana, que luego hablaremos. Obedecí temblando y me senté á la mesa, dispuesto á cenar, á pesar del disgusto, porque como había hecho tanto ejercicio y no había comido en todo el día, tenía mucha hambre.