280 EL AETE TAURINO en esta ciudad tienen que pernoctar los viajeros que van á Navarra, porque el tren de esta última línea no sale hasta la mañana del día inmediato. El antiguo varilarguero llegó á Zaragoza un sábado por la noche, y al enterarse que el día siguiente había una novillada en aquella plaza, determinó no salir para Tudela hasta el lunes y quedarse el domingo en la heroica capital aragonesa, con el objeto de presenciar la citada corrida de novillos. Como á buen torero y aficionado enragé, Varillas no presenció la novillada desde el tendido, si no que se quedó en el callejón de entre-barreras. Y ahora viene lo más interesante de la presente historia. El Velonera, que actuaba de picador en esta función, se colocó en tanda, si mal no recordamos, en el segundo toro, y después de entrar en suerte varias veces, sin que el cornúpeto le tumbara, se fué á colocar en frente de donde estaba Varillas presenciando la corrida. El toro quedóse esta vez parado delante de Arias, se encampanó, escarbó luego sacudiendo también simultáneamente la cabeza y se arrancó con extraordinario ímpetu, aguantando Velonero con habilidad y arte el empuje inusitado de la fiera, sacándosela con arte por delante....pero el cornúpeto en lugar de salir tomando su viaje natural, se revolvió y arremetiendo de nuevo con ciego furor y enganchando el penco cabalgado por Martin por el^ pecho, sin que el picador por estar desprevenido pudiera castigarle, derribó al sólípedo y al piquero, recibiendo éste una tremenda caída dé latiguillo, estampando su cabeza contra el estribo de la barrera, quedando tumbado, al suelo sin sentido y completamente inerte. Varillas al ver que el Velonero no se incorporaba, díjole, creyendo que no tenía nada grave: —¡Anda gandul, levántate!.... Pero Arias permaneció inmóvil en la arena. Varios monos lo llevaron á la. enfermería, en donde, según los doctores, resultó tener una conmoción y hemorragia cerebral, mortal de necesidad; tanto es así, que pocas horas después dejó de existir el valiente picador lucentino. CuandoFanZks supo la muerte del Velonero, dando rienda suelta á su hasta entonces mal reprimida cólera y con vistas de brutal satisfacción, exclamó: —¡La justicia de Dio no tiene escape: este Velonero fué el asesino de mi cuñado Maoliyo!... * * ¿Pueden darse más extrañas coincidencias? Pedir Varillas k Dios que al matador de su ■¡jr^wj-a-j-u-L- nii-L-i r-ir^irV^r- irv — -'- - * — -■il^fc'*.- - ■ ■ — ■ ■ ■ ■ ■ cuñado lo hiciera morir á sus piés; ser contratado Velonero para torear en Zaragoza; comisionar la Empresa de Barcelona á Antonio para ir á Navarra y quedarse, él en ■ la capital de Aragón para ver la novillada precitada; darle el toro un tumbo al Velonero y venir éste á caer precisamente á los piés de Varillas, caida que le causó la muerte á las pocas horas de ocurrirle el percance. Quizá no sea verdad la versión pública, pero sin que nosotros seamos amigos de creer en maldiciones gitanas, es tan grande el cúmulo de coincidencias verificadas en el desgraciado accidente del Velonero, que casi dimos siempre la razón al célebre picador Varillas, cuando muy á menudo repetía al explicar la muerte violenta de su cuñado y la caida 'dé- latiguillo de Martín.... — ¡La justicia de Dios se cumplió: él fué el asesino de mi queridísimo cuñado! Verduguillo. €U CíMiaoo vanbe/iiíUio T Apreciable amigo y diestro: ., Hace ya algunos años que tuve el gusto de tomar con Usted media docena de cañas, en esta tierra de María Santísima, y otros tantos que vengo observando y apreciando sus cuali-, dades taurinas, es usted por consiguiente, antiguo amigo mío, como particular, y no nuevo para mi como torero; esté doble conocimiento y el aprecio que de usted hago — como lo prueban recientes escritos míos — ^justifican la filípica que le dirijo. Pasaré por alto las manifestaciones de su afición y el paulatino desarrollo de sus aptitudes toreras, consignadas en mi artículo Los Baná.erüleros, para venir al punto en que dejó usted de pertenecer á la cuadrilla de Reverte, cuando ya su nombre corriendo parejas con el dé su compañero Rodas, estaba en todos los labios y repercutia con aplauso en todas las plazas. No ignoro las causas que motivaron aquella' separación y desde luégo afirmo que hizo usted bien en abandonar una cuadrilla, donde aparte otras razones, no era á la sazón suficien-