VII nos de oscuridad y dudas de la vida de las sociedades que nos precedieron y que, unas veces por falta de medios y conocimientos para escribir los relatos de su existencia y desenvolvimiento, otras por las guerras y zozobras en que constantemente vivían, no pocas por los incendios que, cual ley divina, ayudan a los otros elementos en su perpetua obra destructora, acaso las malas intenciones de algunos interesados, las resoluciones absurdas de entregar a las llamas tos manuscritos y libros en que esos ancestrales nos dejaban su historia, y otros motivos variadísimos han sido causa de que aquellos nuestros abuelos bajasen a sus tumbas dejándonos sin rastros escritos de su civilización, progresos, vicisitudes y pensamientos. El historiador Herder dice que Has tradiciones y cantos populares son casi siempre los únicos archivos del pueblo, el tesoro de su ciencia, de su religión, de su cosmogonía; son la vida de sus padres, los fastos de su historia.'1 Concretándonos a Avila, no es extraño que su historia sea un áureo tejido de hechos gloriosos y grandes; colocada casi siempre en lafronlem de pueblos enemigos, en lugar estratégico de primer orden, criados sus pobladores entre l a nieve y -el frío délas abruptas sierras de Guadarrama y Gredos con la Serróla por añadidura o en las inhospitalarias llanuras de la Morana, han sido en todos los tiempos duros, defensores de su suelo y hogar, sufridos, austeros, frugales, reservados, vivos de imaginación, valientes sin bravuconería, honrados, dedicados en su casi totalidad a las faenas agrícolas y al pastoreo, hospitalarios, apegados a su terruño y a la ,-•'