52 CAPULLOS marchó de frente; y como no estaba en derechura á la puerta, lleg^ á dar con la cabeza en la tapia. — ¡Jesús! ¡Si estará ciego! — dijo toda alarmada Vicenta. — Calla, mujer, no seas tonta — replicó su marido — ¿qué lia de estar ciego, si lia venido como una exhalación todo el camino? — ¿Pues cómo no ha visto la puerta? — Es que habrá querido ir á rascarse. Ya verás cómo ve de sobra. Y diciendo esto, Angel, que había cogido el burro de cabestro hasta meterle dentro del corral, le soltó y le echó por delante, con tan mala fortuna, que el animal, en lugar de encaminarse á la cuadra, que estaba padiente, fuese á dar contra uno de los postes que sostenían el corredor, un fuerte testarazo. — ¿Todavía dirás que no es ciego? — -exclamó Vicenta — ¡Dios mío! ¿Pov qué habrás traído esto para casa? — ¡Ss que se ha distraído! — decía Angel, mientras su mujer sacaba un puñado de cebada en un cribo, y con cuidado de no agitarlo para que no rugiera, se lo ponía al burro delante de los ojos. El burro no hizo por comer. — ¿También ahora se distrae? — dijo Vicenta. — Puede que no tenga hambre — replicó Angel tímidamente — como quien se va con-