404 NOVELAS MENOliES — No, no es sólo por eso — continuó el señor cura, asustado de aquella frialdad: — es que ni adentro ni afuera; yo no puedo consentirlo... eso no puede ser... Tenéis fe* cristiana... Oreéis en la eficacia de los Sacramentos, por cuanto la habéis traído á confesar... Creéis que las almas se salvan ó se condenan eternamente, según sus obras, U vais á cometer á sangre fría un pecado terrible?... No, no, hijo mío, no; no lamataréis... Y diciendo esto, abrazaba cariñosamente á su interlocutor j le rodaban gruesas lágrimas por el rostro. — No puedo menos — le contestaba éste desasiéndose de sus brazos: — me va en ello mi vida, j primero soy yo. He recibido esa orden, y no puedo menos de cumplirla. — A.un cuando así fuera; aun cuando os fuera la vida en ello, no podíais obrar de ese modo, hijo de mi alma — continuaba el señor cura. — Habréis oído que para defender la vida propia es lícito dar muerte al injusto agresor; pero esa pobre señora indefensa no es vuestro agresor injusto, ni ella por sí pone vuestra vida en peligro. El peligro, en todo caso, ó más bien la amenaza, pues peligro presente no le hay, os vendrá de otra parte. Mas habéis de saber que, para que sea lícito matar á otro por conservar la propia vida, es condición