! I t El doctor X — igual podría llamarse Mascarell que Segovia, que Guineaasiste a la corrida en localidad inmediata a la puerta que conduce a la que fué mal llamada enfermería, hoy moderno quirófano que nada t iene que envidiar a los de un hospital. En su rostro, lleno de viva inteligencia, se refleja coyno en un espejo la emoción titubeante del momento inseguro. Su amigo y cliente, el espada N —lo mismo podría llamarse Ortega que Bienvenida, que otro cualquiera—, acaba de brindarle un toro con palabras que parecen una recomendación velada. Dicho su brindis, el torero arroja de sí la montera en un semicírculo rápido y se dirige al toro, plegada la muleta con la espada. El animal es un toro de ssntido que gazapea y escarba la arena con una pezuña que parece meditar... El momento es premioso y la expectación malévola. Entre siseos se oye a un salvaje que dice: — ¡A ver si te arrimas, ventajista! Y a otro que ciarais —¡Que ya son muchos miles los que te Uevasl El doctor reprime un mohín de asco. Sabe que su amigo tiene un grave resentimiento con el público; conoce su amor propio, no ignora su ciega bravura y teme por su vida. En efecto, el espada sale decidido á que le toquen las palmas por encima de todo. Aquí el torero incurre en el grave pecado de la obstinación; mas como entre el propósito y el logro suele terciar su cara impávida lo imposible, he aquí que el desventurado lidiador es enganchado por el vientre cuando intenta herir y corneado en el suelo con el espantable ensañamiento del animal* burlado que al fin encuentra carne. Un grito unánime pone en pie a la muchedumbre. El doctor, nublado el pensamiento, se abre paso a empellones hasta el lugar donde le aguarda su deber humano. El gladiador caído es llevado en volandas a la enfermería. Salpicaduras de. su sangre pespuntean su paso sobre la arena. Los mismos que antes le denostaran miran al pasar el rictus trágico, de su rostro con una consternación un tanto fisgona y femenina... Otro toro en el ru^do hace olvidar todo esto. * # Ya estamos en el quirófano. El quirófano es el contraste que va del bullicio a la calma, del impulso a la reflexión, de la orgía al recogimiento, de la laz a la sombra... El ruedo, sol y sangre, es rojo hasta en el ruido; el quirófano, ciencia y humanidad, es blanco hasta, en el silencio... Guardias, curiosos, pisadores y banderilleros quedan detenidos ante la clausura hermética de la estancia con la perplejidad de la incertidumbre en las caras atónitas. Dentro del quirófano se extingue la estridencia de un clarín agudo, como el canto del gallo al rayar el día. Puede la fiesta continuar... Traen al torero exánime; le desmidan como por manos de hadas y le colocan sobre la mesa de operaciones. Rápidamente, lo limpian, con tiento exquisito, de arena, polvo y coágulos. El tra- A PUNTA DE CAPOTE ANTES DÍ COMPKAI UN ARCA PtOA CATALOGO A LA FABRICA MAS IMPORTANTE DEL RAMO. tocune) «n Ma4ri4: ARCAS 6RUBER, S. A. BILBAO je de luces, cuyos caireles de oro brillaron al sol como pupilas de fuego, destellan ahora, aquí abandonados, fugaces argénteos dQ luna como parlas en la sombra... Este vestido luminoso es la única nota de color que subsiste donde reina la blancura impecable. Lo blanco, síntesis de todo color, es el velo de la virgen y la blusa esterilizada de la ciencia. Sobre una mesa que blanquea en paños esterilizados rebrillan, en rayas metálicas, pinzas, bisturíes, tijeras, portaagujas, separadores, aspiradores eléctricos y cajas especiales con material de sutura. Todo está previsto, todo está dispuesto e n i a magia de unos instantes inverosímiles. El doctor X se nos aparece como un albo fantasma con su mascarilla de gasa y sus guantes de goma. Le rodean su ayudante de mano, el anestesista y el encargado del material, cada uno en su puesto. Sus órdenes son breves, secas. El paciente, ya anestesiado, respira con estertor -violento bajo la tela que por entero le cubre. Una abertura en el centro de la sábana deja ver la roja y tremenda herida. El doctor, inc'inado sobre ella, la explora, la estudia... Sus manos, al interponerse en la luz fantasmal, ligeramente verdosa, que proyecta un gran aparato blanco sobre el campo operatorio, nos produce un efecto singular... Es una luz que excluye la sombra. Con respeto no exento de unción religiosa, asiste nuestra curiosidad a la cruenta operación. La herida terrible destroza los centros vitales del torero, descubre el peritoneo y perfora el intestino. Nuestros ojos profanos advierten algo asi como una forma rosada, nacarada, parecida a un acerico de agujas titilantes destinadas a ocluir los diminutos surtidores de coral que brincan de las arterias rotas. El pulso del operador es una maravilla de fina exactitud. Una vida se escapa en el equilibrio de un cabello próximo a romperse, y otra vida —la del médico— la persigue en el cabello mismo y procura, retenerla en la lucha sagrada de la ciencia con la muerte. El operador, concentrado, absorto, rígido, •es todo neurona cerebral hasta en la punta del bisturí. Es el instante en que el hombre se parece más a su Creador. Oon la última delicadísima sutura acaba el doctor X si bella obra. El parte pesimista conmueve a toda España, y, sin embargo, toda España sabe, dos semanas más tarde, qtíe el torero N ha escapado de la muerte gracias a su robusta complexión. jLabor admirable la d" estos hombres, jamás valorada ni agradecida como se debe! Ellos han creado esta ciencia específica tan española de las heridas por asta de toro. Y esta creación, que la ciencia médica universal reconoce y admira, ha salvado y salvará a los lidiadores que por divertirnos dan su vida en espoctáculo. El héroe brillante no eclipsa al héroe oscuro. Y, sin embargo, A héroe oscuro es el ángel guardián de los toreros en trance de morir. Recuerde quien lo dude la elocuencia trágica de las últimas palabras de Joselito en Talavera... - ¡Mase arell , Mase arell ! FEDERICO OL1VER