EL TOREO COMICO SEÑORES COLABORADORES Amallo (D. Francisco). Caamaño (D. Angel). Garmena y Millán (D. Luis). Domínguez (D. José). Estrañi (D. José). Infante (D. Lamberto). Jiménez (D. Ernesto). López Silva (D. José). Martos Jiménez (D. Juan). Mayorga (D. Ventura). J,, Mlnguez (D. Federico). |K Mora(p. José). Peña y Goñi (D. Antonio). Rebollo (D. Eduardo). Reinante (D. Manuel). Rodríguez Chaves (D. Angel). Rodríguez (D. José). Ros (D. Vicente). Sánchez de ÍSfeira (D. José). Sánchez de Neira (D. Gonzalo). Sentimientos. Sobaquillo. -Soriano (D. Manuel). Taboada (D. Luis). Thebussen (Doctor). Todo y Herrero (D. Mariano Vázquez (D. José). Vázquez (D. Leopoldo). Yrayzpz (D. Fiacro). Yuferá García (Francisco). SUMARIO TKXTO; Las aficionadas, por Luis Taboada. — La diferencia, por Angel Caamaño, — Conformes, por Mariano del Todo y Herrero. — i Entre discípulos...! por Eustoqüio Laso Bañares. — Nuestro idealj por Benito Zurita Nieto. — Noticias. Telegramas. — Corrida de novillos, verificada el día 15 de Julio de 18S8. GRAB ADOS: Gonzalo Mora. — , Apuntes para la historia (Bócanegra). — Los teaIros de Madrid, por Manuel Redondo. )|0 LAS AFICIONADAS ■ ay señoritas sensibles y románticas que no pueden ver un sabañón sin desmayarse, y, sin embargo, 11^ asisten á todas las corridas de toros y presencian con imperturbabilidad heroica ]a efusión de sangre y los trompazos de nuestros más ilustres picadores. D. Pegerto, el veterinario, tiene Una hija que parece una sílñde , bella , espiritual y dada á lá lectura de versos húmedos. Que no le hablen de erupciones1, ni de bultos en la piel, ni de arañazos en el rostro , porque se pone nerviosa y ya no puede comer patatas guisadas en muchos días. — Laurita, ¿te pongo? — la pregunta su papá acercándole el plato. — ¡ Jamás ! — contesta ella con acento melodramático. — ¿Por qué? — Porque el pimentón parece sangre humana vista ordeñar. — ¡Qué hermoso corazón! ¡Qué ternura de sentimiento 1 Pero llega el domingo, y el pnpá/que es un aficionado de los más impenitentes , dice á Laurita: — Anda, ponte el vestido claro. Hoy tenemos toros de don Vicente. Ella, al principio, hace como que se indigna y dice: «¡cielos! ¡jamás!» Después se viste con lo méjorcito del baúl, y entra en la plaza respirando torería. Cuando sale el primer toro lanza un grito de horror , y vuelve la cabeza como si no pudiera resistir aquel espectáculo bárrrharo, como ella dice. Los que la ven no pueden menos de exclamar para sus adentros: — ¡Oh, alma genevosa! ¡Oh, temperamento delicado! Se conoce que la pobrecilla no está acostumbrada á' estas cosas, y sufre en presencia de las tripas en dispersión. — Papá,-— dice ella á cada paso, — yo me conmuevo toda... ¡Ay! — ¿Qué tienes, Laurita? — Temo que el byuto estropee á cualquiera de esos jóvenes. — Tranquilízate. Laurita, á fin de atraer las miradas de los aficionados, lanza gritos de espanto á cada momento, y dice en alta voz que se quiere ir porque aquello es cruel y despiadado. Álgún espectador sencillo la tranquiliza con estas ó parecidas palabras: — No tema usted, señorita. El toro es un animal muy noble, que respeta á los diestros cuando sabe que tienen familia ó que trabajan para desempeñar la ropa. — ¿Por qué habré venido aquí? — contesta ella. El papá, que está en el secreto, se ríe por la parte interior; pero no quiere descubrir á la chica, y añade: — Vamos, mujer. Haz un esfuerzo... ¡Qué diantre! Ya sé que esto no te gusta, pero en el mundo hay que acostumbrarse -á las emociones fuertes. Mañana te casas, y no sabes lo que te podrá suceder con tu marido. Laurita se mueve, presa de una agitación nerviosa imposible de dominar, y algunas veces coge „el brazo del espectador que tiene á su derecha, y le da un pellizquito suave; después dice con acento medroso: — Usted dispense. — No hay por qué, señorita, — contesta él; — apriete usted cuanto guste. — Son los nervios. — Lo sé. -¡Ay! — ¿Se pone usted mala? — Sufro mucho. — Porque es usted un ángel. r— Gracias. Usted me comprende. Pero llega un momento supremo; el matador ha desplegado la muleta delante de la cara del toro, y éste le acomete furioso. El público lanza un grito, y muchos espectadores se ponen de pie. Laurita vuelve la cabeza para no presenciar una catástrofe... — Serenidad, joven, — la dice el espectador sencillo. — No ha pasado nada. El matador quiere meter el brazo, y sale dando traspiés, hasta romper una tabla con la cabeza. Entonces Laurita echa en olvido su papel de chica sensible, y no puede menos de decir con acento irritado: — Ese no es un torero; es un chancleta. — ¡Ha vencido la afición! No se se puede negar que Laurita es hija de D. Pegerto. Nosotros conocemos muchas jóvenes como ésta. Van todo» los domingos á la plaza, presencian imperturbables los incidentes de la lidia aunque aparenten que no les gustan, y después andan diciendo por ahí que el espectáculo es horripilante é impropio de un país culto. — Entonces, ¿por qué va usted? — se las pregunta. — Porque papá quiere que me acostumbre á todo, ' — responden con afectada sencillez. Hay que convenir en que la afición ha adquirido gran desr arrollo entre nuestras más sensibles señoritas, y que, al paso que vamos, pronto habrá toreras de la clase de modistas y picadoras del ramo de literatas, que por la mañana escribirán un artículo ensalzando las emociones puras de un alma virgen, y por la tarde picarán un toro de seis años. Después de todo, la mujer puede llegar á la perfección en esto del toreo por la costumbre adquirida. Hay señora casada que se pasa la vida toreando á su esposo, y poniéndole varas á todos los jóvenes solteros que encuentra en la calle. Luis Taboada. LA DIFERENCIA (histórico) El inolvidable Cúchares, que en nuestra española fiesta supo arrancar más aplausos que arenas la mar encierra, tenía grandes deseos de conocer á Romea, y ser cariñoso amigo del gigante de la escena; porque Cúehares decía: — El en dramas y comedias es un maestro; yo soy un maestro con las fieras, y justo es que dos maestros sean amigos de veras.— Pues, señor, que una persona