sns peroraciones; que dan pruebas de buen sentido; que llegándoles al alma la tristísima situación de los perjudicados abrevian discusiones, suprimen el fárrago de la inútil palabrería, yan derechos al asunto^ lo terminan en un periquete y lo pasen al Gobierno. Pues bien: entonces hay que dar la batalla; porque el Gabinete se conformará ó dejará de conformarse con el parecer del Consejo. Si éste fuera un tribunal cuyas decisiones tuviesen carácter de ley, estaríamos al cabo de la calle; pero es un cuerpo consultivo, y su opinión la admite el Gobierno cuando le conviene^ y la desecha si no responde á su política ó sus compromisos. En suma: que de nada sirve que el Consejo diga blanco si á los ministros les conviene que sea azul. Y habida cuenta de eso, urge suprimir el Consejo de Estado, ya que nada resuelve. Haga el Gobierno su santísima voluntad y no perdamos el tiempo en consultas, dictámenes, ponencias, secciones y charla inútil. > Será lo que á los Villa verde, Vadillo y demás estadistas ^jowr rire les manden. Y como ellos no van donde quieran, sino donde los llevan, como no tienen arranques, ni iniciativas, ni empuje, como viven al día y cualquiera puede ser el último de su existencia ministerial, mucho me temo que la fiesta sufra las iras de los clericales. Que éstos, llámense socialistas ó republicanos, son sus mayores enemigos, ya lo probé hasta la hartura. ¿Hacen falta más atestados? Pues los suministra esa calamidad que se llama Francisco Silvela, neo de tonno y lomo, votando SOLO contra las corridas en domingo. Y tratándose de un Gobierno reaccionario, que pretende convertir» cada vivienda en una celda y cada español en un cartujo, no hay que decir la suerte que aguarda á nuestro espectáculo. Por de pronto, ese Gobierno prepara argumentos para defenderse, el día que todo el país liberal le ataque bí no autoriza las corridas en domingo. — Ya ven ustedes, nos dice: he recibido cuatrocientos telegramas de las sociedades obreras pidiéndome que no transija en la cuestión, y eso algo supone. I Pobretes I ¿No sabe el Gobierno que esas sociedades son como los soldados de Iferoci romanif ¿Acaso ignora que esos telegramas (aun siendo los que dicen) tienen todos la misma procedencia? ¿Es obtuso hasta no ver el pequeño sacrificio que suponen 400 pesetas en gentes tan poderosas como los jesuítas? ¿Miden quizá nuestra inteligencia por la suya y la creen tan menguada que no descubra el juego? No: estamos en el secreto, y nos dan lástima tan burdas y ridiculas intenciones. Por cada protesta de los incultos obreros clericales, hemos llevado nosotros cien adhesiones de verdaderos hijos del trabajo, inteligentes, ilustrados, patriotas, amantes del saber, ávidos de regeneración y de progreso; hemos presentado las firmas de lo más saliente en la intelectualidad española. ¿Por qué aparentan olvidarlo algunos ministros de acarreo? ¿Cómo no oponen á esa obligada é imbécil protesta de unos pocos la viril y espontánea adhesión de lo más importante de España en todos sentidos? ¿A. quién pretenden engañar con tal conducta? No es ciertamente á la afición; ésta ya sabe á qué atenerse. Estuvo tranquila hasta aquí; creyó con hidalga confianza que el Gobierno, una vez oido el parecer del Consejo de Estado, decidiría el pleito á favor suyo. Y aún creía más: creía que, habiéndose decidido los Consejeros tan resueltamente por no incluir las corridas en el descanso dominical, y habiendo apoyado su opinión con irrefutables argumentos, el Gabinete, ávido de favorecer á las innumerables familias perjudicadas con el brutal acuerdo del Instituto, no esperaría á que el Consejo terminara su labor, y resolvería favorablemente la instancia que la Comisión taurina presentó solicitando la autorización provisional para las corridas en domingo. Y no sólo esto deja de hacerse, sino que hipócritamente, con jesuíticos procedimientos, se echa á volar la especie de los cuatrocientos telegramas socialistas, buscando en ellos la razón de la sinrazón, el pretexto para negar lo que la justicia, el patriotismo, el deber, la lógica, el sentido común y los más elementales principios de gobernar exigen. Ha llegado, pues, el momento de proceder cok energía, uniéndose todos, empresarios, ganaderos, lidiadores, críticos, aficionados; ha llegado el momento de que la prensa de gran circulación, la que tanto influye en los destinos del país, aborde resueltamente el asunto, colocándose, como siempre, junto á los oprimidos. Por callar hasta aquí, por dejar solos á unos cuantos infelices que se impusieron la ardua tarea de mover la opinión favoreciendo al espectáculo, han creído los gobernantes del género ínfimo y los socialistas sacristanescos que nadie se ocupaba en el asunto, ni á nadie interesaba que hubiese toros ó dejara de haberlos. Basta de callar; cesen las pasividades de todo género; unámonos para hacer ver que somos los más y los mejores; no aguardemos con esteta resignación que nos arrebaten lo único que nos resta; porque si así lo hacemos seremos indignos de llamarnos españoles, indignos de tener una fiesta viril, indignos de sumarnos con los hombres y dignos únicamente de postrarnos de hinojos, besar el suelo que pisan los clericales y mostrar las posaderas, á fin de que las magulle á disciplinazos todo el que quiera divertirse así. Paecual MILLÁN.