— SO — aquélla fué la musa del pueblo, revestida de rústico ropaje de silvestre donaire; allí había hablado con natural sencillez el arte de los campos, el que recoge del tomillar frescos aromas, y del sauce, á orillas del río, dejos melancólicos;, el que respira al aire libre, él de la lira colgada del roble, el que sólo sabe cantar al son de la dulzaina. Y entró la procesión en la iglesia, y de nuevo la musa popular, fresca y lozana, cantó con dulce inspiración. Cogidas, muy cogidas del brazo, se adelantaron del grupo de las demás unas cuantas mozas garridas, de no sé qué lugar, y formando ala cantaron, en el tono dormilón del canto de la arada, las coplas de la ofrenda; coplas rebosantes de sabor charro, cantadas con devoción ardorosa, mirando fijamente las cantoras á la sagrada imagen.